Cuando atacan la Cruz, también me atacan a mí

La relevancia del delito de ofensa a los sentimientos religiosos nunca ha sido tan urgente como ahora. Vivimos tiempos difíciles en los que los ataques a la Cruz no son simples provocaciones aisladas. Se reiteran porque socialmente ha dejado, incluso, de verse como lo que es: cuando atacan la Cruz, también atacan a cada uno de los cristianos.

Cada ataque a la Cruz es una violencia simbólica deliberada que busca humillarnos, marginarnos y silenciar nuestra voz. Estos ataques crecen cada día, alentados por una corriente intolerante que se intensifica sin freno alguno.

Pero debemos poner estos ataques en un contexto importante.

Mientras tanto, en lugares como Siria o Nigeria, nuestros hermanos cristianos están siendo masacrados, perseguidos y martirizados únicamente por profesar nuestra misma Fe. En este contexto de sangre y dolor, defender la Cruz no es una opción: es nuestro deber y un acto imprescindible de resistencia frente a quienes buscan aniquilar nuestra presencia.

No solo nos quieren callados sino también atemorizados. Y no. Por cierto, para todos aquellos que a veces dicen “recuerda poner la mejilla”... Solo tenemos dos. Muchos nos hemos cansado.

Por mucho que Bolaños y el progrerío antiespañol se empeñen en destruir nuestros símbolos, humillar nuestras creencias y borrar nuestra identidad cristiana, no lo lograrán. Debemos confrontarlos con claridad, con valentía, con firmeza. Ahora más que nunca, es vital explicar a quienes tenemos cerca, en el día a día, la gravedad de estos ataques y lo imperioso que resulta defender activamente la Cruz, porque cada defensa es la defensa del cristianismo.

No se trata solo de símbolos, se trata de nuestro derecho fundamental a vivir y expresar nuestra Fe libremente. Cada vez que callamos, cada vez que miramos hacia otro lado, damos alas a quienes quieren desterrar el cristianismo de la vida pública y privada. Defender la Cruz hoy es defender la libertad de mañana.

Es hora de reaccionar, de organizarnos y hacer escuchar nuestra voz. La defensa de la Cruz no es una lucha aislada; es una batalla cultural, social y espiritual que nos afecta a todos. No podemos permitir que el odio o la indiferencia silencien nuestras convicciones más profundas. Es tiempo de ser valientes y de estar unidos, porque nuestra voz es la esperanza para muchos cristianos que, en otras partes del mundo, viven diariamente bajo la sombra de la persecución.

Y sí, la defensa de la Cruz es la defensa de España.

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